Desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX
migraron a la Argentina desde Cangas cerca de un centenar de Arbas según el
registro de la aduana del puerto de Buenos Aires. El 13 de abril de 1956 llegó
María Jovina Arvas Gutiérrez a bordo del vapor Monte Urbasa, un buque de carga
y pasajeros que había sido botado en Bilbao en 1948. Fue la última Arbas en
cruzar el atlántico, al menos, en dirección a las Américas.
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| Vapor Monte Urbasa |
Había salido del puerto de Vigo hasta donde la había acompañado
su padre, Antonio Arbas García. Llevaba una maleta pequeña con sus escasas
pertenencias. En el muelle abarrotado de migrantes, con sus bultos a cuestas,
abundaban las despedidas y los llantos. Se
dieron un breve abrazo en silencio. María lloraba desconsolada. Antonio era un
hombre duro, curtido. A sus 51 años había pasado por las peores penurias que un
hombre puede atravesar en su vida. Pero cuando el barco empezó a moverse se le
hizo un nudo en la garganta y sus mejillas se humedecieron con las lágrimas.
Ambos temían no volver a verse. Acaso lo intuían.
María recordó la primera vez que lo había visto. Fue una
mañana de 1939 en Posadas de Besullo. No había cumplido cuatro años. Mientras
alimentaba las gallinas vio un soldado que subía por el sendero. Corrió a casa
a contarle a su abuela Estrella que se aproximaba un extraño. No sabía que era
su padre que volvía del infierno.
| Antonio Arbas Garcia |
Antonio había sido reclutado por la fuerza para tomar parte
de una contienda que no entendía y que hasta el día de hoy es difícil de
explicar. Destinado al frente norte vio el horror en primera fila, pero esa es
otra historia. Su hija nació un par de meses después. Antonio estuvo algo más
de tres años en el frente. Cuando por fin lo desmovilizaron, al terminar la
guerra, recorrió los caminos de Asturias como alma que lleva el diablo. Antes
de llegar al Pomar, donde vivía, pasó por la Casa de Mayo, allí en Posadas,
para que sus padres, Manuel y Estrella, supieran que estaba vivo y
milagrosamente ileso. Cientos de miles de españoles no tuvieron esa suerte. Y allí conoció a su hija María.
| Maria Jovina Arbas Gutierrez |
Ambos guardarían por el resto de sus días ese momento
definitivo, cuando se vieron por primera vez y el otro, más amargo, en el
muelle, cuando se vieron por última vez.



